25 de enero de 2010

El sabor del encuentro





Por Martín Vergara
Mercedes a la hora de la siesta despide un vaho que se escurre cuando uno se acerca. Ese día las cuadras se hicieron eternas. Salimos del hotel Colón hacia la casa de Alejandro y Giselle en una bocanada ardiente. En los alrededores de la plaza y en las peatonales todo estaba cerrado y sellado. Sólo algunos intrépidos se lanzaban en sus motitos hacia la costanera del río Negro para resguardarse a la sombra de algún sauce.
Caminamos con nuestros trípodes y cámaras por veredas sin árboles hasta ir acercándonos a la dirección apuntada. Metros antes de llegar, el único vestigio de humanos en varias cuadras nos observaba amigable.
Seis o siete personas opinaban sobre el espejito quebrado de un Renault 21 bordó. El estereo funcionaba estridente en la tranquilidad de la siesta. Sentado al volante y con el control de la música estaba Daniel Maza. A la sombra de un árbol, una cuadrilla nos saludaba e invitaba.

-Pasen, pasen. Giselle y Alejandro están adentro- dijeron

La casa era un hervidero de gente y de porotos para hacer feijoada. Una pareja revolvía una cacerola para decenas. Una infinidad de saludos, chicos que corrían, instrumentos por todos los rincones, una perra que ladraba y el Vat 69 que descansaba para el aperitivo.
Hicimos vereda un largo rato intentando aprovechar el escaso oxígeno que había en la atmósfera. Las anécdotas de Maza en sus periplos con Luis Salinas nos deleitaron un rato largo.

-Un día con Luis nos pedimos milanesas con papas y dos huevos fritos. Me levanté para buscar la sal y cuando volví había metido el pan en la yema... me recalenté. Me fui, loco... me fui a un Mac Donald.

La vereda fue nuestro lugar hasta que Giselle nos invitó a pasar al jardín del fondo. Un pequeño parque con una armoniosa sombra, y un galpón que hizo de sala de ensayo para varias de las formaciones que participaron del encuentro, fue desde ahí en adelante el escenario.
Varios músicos brasileños, pandeiro y guitarra, nos dibujaron la sonrisa en el comienzo de esa zapada con aire de fogón. Al rato llegó el Maza y al comando de su guitarra manejó los hilos de una infinidad de músicos que llegaban, sacaban su instrumento y se sumaban a esta Armada Brancaleone que durante horas navegó sin rumbo pasando por el candombe, el bolero, el tango y donde uno se imagine.

El Vat 69 giraba silencioso y el olor a feijao invadía el ambiente, pero la zapada se negaba a sucumbir: el espíritu no se lo permitía. Finalmente, el cuerpo pudo más. Se comió lindo y la temperatura corporal ascendió al borde de la taquicardia. La retirada se impuso lenta en la tardecita. Feliz y memorable.

1 comentario:

  1. Parabéns pela bela descriçao deste belo dia! Espero que nos encontremos de novo ano que vem! Um forte abraço, Joana (a clarinetista e ajudante na feijoada)

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