(Desde Mercedes, Uruguay) Es lunes y el calor azota Mercedes. En las calles, al fondo, se ve un murmullo borroso sobre el pavimento. Es la hora de la siesta y las almas están guardadas entre sábanas. Por ahí perdido en el aire, se escucha algún saxo y alguna que otra guitarra practicante que afinan esperando otra nochecita jazzera de un festival que ya lleva tres fechas.
Dicen que el Jazz es el arte de la improvisación y que en ese no saber qué viene después, está la libertad absoluta. Ese es el espíritu de este Encuentro y sus Jams que, durante la tardecita, comienzan a darle música a esquinas, calles y peatonales. En cada recoveco, se encuentra un mundo rebosante de música y color, letras y caramadería que conforman un excelente preludio para preparar el oído antes de que llegue la noche.
El predio donde se lleva a cabo el 4to Encuentro Internacional de músicos Jazz a la Calle, era antiguamente el edificio de la Aduana que recibía los barcos que remontaban el río Negro. Allí adentro, el escenario está rodeado de restoranes y bares, donde se puede comer desde un asado hasta crepes franceses. Y en el medio, el pasto es el depositario de las cientos de reposeras que la gente del lugar transporta como equipaje primordial junto al infaltable mate.
La noche llega y la temperatura la transforma en un momento ideal para sentir el resabio amargo de una cerveza en el paladar. Cientos de personas confirman esta apreciación e intercambian mate y cerveza como si fuesen elementos complementarios.
Los argentinos de TBA Trío abren la noche y le devuelven a la tierra lo que es de la tierra: Coltrane, Davis, Parker suenan enredados en canciones propias.
Luego, Vento en Madeira, el quinteto brasileño de Lea Freire y Teco Cardozo, da cátedra de cómo fusionar ritmos originarios sin moler las estructuras del jazz. Y por último, el pianista colombiano Nicolas Ospina y su trío enseñan un poco del paíz cafetero y sus ritmos siempre unificados por las vertientes jazzeras.
El intercambio es incesante y pintoresco: charlas imposibles entre brasileros y argentinos, donde se explora un portuñol extraviado de cerveza y vino; uruguayos y yanquis debatiendo las propiedades de un buen mate; y todos, eso sí, brindando homenaje al elemento común, eso que está siempre flotando en el aire: la música.
Como si fuese poco, una batería y un amplificador esperan en otro sector del predio para comenzar una zapada que durará hasta que los ojos (o el estómago) digan basta.
Así, rebalsados de sonidos, los "mercedarios" vuelven a sus casas. Educados de oído.