Por Martín Vergara
Que la experiencia tiene un carácter intransferible es un concepto que Sandra Ruiz Díaz, organizadora del Festival Internacional “Jazz al fin”, tuvo que transitar en carne propia. Es que en esta segunda edición del Festival de Ushuaia 2010 se duplicó la apuesta, más bien se tiró toda la carne al asador. A la férrea voluntad de la organización se le sumó una grilla de espectáculos que incluyó a lo mejor de ésta generación del jazz local y al patriarca de ésta y otras generaciones, el ya legendario Walter Malosetti.
El calor afectivo que rodeó a los distintos homenajes que se le hicieron durante el primer día al maestro Malosetti fue el preludio de una noche magnífica que arrancó con la banda municipal, continuó con el grupo local Vocal Jazz y cerró en una especie de zapada multitudinaria y conversada donde Malosetti, emocionado y agradecido, disparaba temas propios y standards desde su Gibson con el apoyo incondicional de sus secuaces Mauro Vicino y Guillermo Delgado.
Y no era para menos, el día anterior Walter Malosetti había cumplido 79 años y se lo veía feliz, satisfecho y contenido por Sara, su actual compañera.
El Festival recién arrancaba y se estaban calentando los motores. Algunos músicos llegaban y gran parte de los periodistas todavía se estaban acomodando a los horarios, las comidas y los traslados.
El nombramiento a Malosetti como “visitante ilustre” de la ciudad en el “tren del fin del mundo” tuvo una fuerte carga emotiva. Es que Walter es hijo de un ferroviario jefe de estación y su vida trascurrió entre rieles y terminales. Y el tren es un homenaje a los ferrocarriles además de un trágico recuerdo de los presos que lo construyeron.
La gente colmó la sala para la segunda noche del Festival que arrancó con la banda local Nievas Proyect que se llevó una cálida recepción. El sonido era impecable y la cordialidad reinaba. Ni baches ni caras largas.
La propuesta de Fernando Tarrés y su espectáculo Trespass fue una fuerte apuesta al riesgo muy bien recibida por el público. Acompañado por el saxofonista Rodrigo Domínguez y el contrabajista Jerónimo Carmona, Tarrés (desde sus computadoras) creó un mundo de imágenes y sonidos de gran densidad musical y conceptual que llevaron a un viaje introspectivo. Impecable.
El cierre estuvo a cargo del cuarteto de Sergio Poli. Un violinista de La plata con gran swing y musicalidad que dejó ir a la gente en paz en la noche helada de Ushuaia. El hambre y el cansancio empezaban a moldearse en las caras.
La noche del sábado tenía el toque “World music” de la grilla. Arrancó con la bonita voz de Patti Ramone acompañada de un pianista colombiano apadrinado por Ernesto Jodos, Nicolás Ospina. Le siguió un muy excéntrico italiano llamado Enzo Rocco con un espectáculo encriptado (por así decirlo). Continuaron los ecuatorianos de Nuages jazz, un divertido combo cercano a la música balcánica con giros latinoamericanos y un cantante francés que levantó al público local. Y el cierre estuvo a cargo de una cubana, cantante e instrumentista, con dominio de la escena y gran futuro llamada Yusa. Fue un final impecable para la noche internacional. Acompañada por Marcos Archetti , motor en las sombras de éste y varios festivales, Yusa mostró un carisma y una calidad diferente, sutil.
La jam session en el pub Kuar fue el relax para un día agitado. Músicos, amigos y vecinos charlando al sonido de una zapada infinita a orillas del mar. Afuera llovía y se debatía el color del cielo para las nevadas. El frío era intenso, pero no nevó. Un productor de televisión negociaba un canje por bebidas. Tres músicos y un periodista hacían ronda afuera mientras miraban a la nevisca jugando en el viento.
La noche del domingo fue la noche de cierre del Festival “Jazz al fin” 2010 y el encuentro estaba a punto caramelo. Cerca de las 8 de la noche Marcos Archetti mostró junto a más de treinta alumnos en el escenario su taller de ensambles sobre jazz y ritmos latinoamericanos. Más que un gran músico, Marcos es un agitador cultural a esta altura. Muy aplaudido, por cierto.
A partir de las 9 de la noche desembarcó una troupe que no paró hasta finalizar la noche. En el piano y delicadamente sentada, hizo pie el trío de Paula Schocrón, junto a Cartó Brandán en batería y Jerónimo Carmona en contrabajo en un juego de exquisiteces y finezas. Como si no hubiera habido corte y mientras el público intentaba bajarse del viaje anterior llegó el quinteto del trompetista Mariano Loiacono, con Ramiro Flores en saxo, Hernán Jacinto en piano, Ezequiel Dutil en contrabajo y Luciano Ruggieri en batería. Una verdadera banda sonando fuerte y personal.
Para finalizar la velada, y no previsto en la programación original, llegó el cuarteto de Mariano Otero en un fortuito bonus track que terminó por cerrar con aire rockero este cruce de buena parte de una generación con identidad propia, con aire movimientista.
En las calles los charcos ya estaban congelados, un verdadero peligro para chicos y grandes. La gente se retiraba más que satisfecha, empalagada. Los organizadores sonrientes y serenos luego de meses de preparativos. Y se lo merecían: duplicaron la apuesta y ganaron. El Festival creció a pasos agigantados en riesgo y personalidad.