MARIANO OTERO, ROJO.
Hay mucha gente en los camarines. Se toma vino y se charla lindo. La trompeta de Juan Cruz de Urquiza suena estridente en un cuarto con la puerta semi cerrada. Rodrigo Dominguez y Ramiro Flores esperan el pitazo. Falta poco para subir al escenario del ND Ateneo.
Mariano Otero sonríe, se cambia y parece disfrutar del viaje. Está en todo y eso pesa:
La presentación de “Rojo”, el último trabajo del compositor y referente del jazz
Mariano Otero, es la excusa que combina a todo este público enrolado en un género cada vez más permeable.
Pocos minutos antes de subir los once músicos se preparan para la foto previa. Hay saludos y motivaciones. El grito de ¡Papá! lo hace darse vuelta a Otero que se abraza emocionado con su hijo que segundos después se pierde corriendo por el pasillo. Mariano es un tipo sanguíneo y se nota.
Rojo: adj.-m. Del latin Russus. Encarnado muy vivo. Dícese del color parecido al de la sangre arterial.
El concierto navega, ahora, por ese mundo cambiante de climas y texturas donde conviven una milonga de Don Atahualpa, la poesía y el alma Spinettiana, el jazz rock, la atmósfera de un jazz club con Charles Mingus y un hipotético entierro del Comandante Guevara. Todos comparten escenario en un ambiente familiar y conversado.
Otero se mueve y maneja los hilos de este seleccionado local que le responde fiel. Casi como una bandita de amigos, de esa que frecuentaba en su Avellaneda natal que le dio ese amor por El Rojo, color que le va y le vuelve de distintas formas en su vida.
Es un trabajo bisagra en su carrera. Tanto es así que hay algo en el escenario que reluce por su falta: el contrabajo. Un cover de Bob Marley y un homenaje a Led Zeppelin otorgan un aire rockero que buena parte del teatro disfruta en un código generacional.
Mariano Otero disfruta en el escenario: ríe, habla, canta y va soltando amarras y prejuicios. Es un claro referente de la intangibilidad de las fronteras musicales y los rótulos. Es un tipo efervescente y sanguíneo. Y eso se nota.