31 de diciembre de 2010

Diario del Bolsón Jazz Festival 2010


Diario del Bolsón Jazz Festival 2010

El especial proximamente en www.jade.vxv.com

Diciembre 8

Las veintidós horas de viaje entre Buenos Aires y Bariloche en el semi- cama
de Vía Bariloche son agotadoras. Sobre todo cuando la mañana comienza a hacerse monótona y el paisaje desértico está inmóvil. Las piernas adormecidas y el cuerpo no encuentran posición. Los niños juegan en los pasillos, rostros hinchados, algún mate y el río Limay que empieza a ocupar gran parte de los sentidos. De golpe, el vergel se hace color: infinitas variedades de verdes pueblan los recodos y curvas en vallecitos perfectos. Estamos a un paso de Bariloche. Hay emoción entre los habitantes del ómnibus. Está nublado y parece que está fresco, la gente está con campera y capucha.
Bajamos en esa hermosa terminal con balcón al Nahuel Huapi. El cansancio se hace placer. Vamos hacia el Bolsón a la décima edición del festival de jazz.


La historia

El Bolsón Jazz festival nace a raíz de la exitosa realización de ciclos, clínicas, muestras, encuentros, conciertos y festivales llevados a cabo durante el 2001 y 2002 por músicos y vecinos de El Bolsón, conformados hoy como Asociación Civil PATAGONIA JAZZ.
“Creemos en el poder transformador de la música y nos apasiona la posibilidad de generar un intercambio artístico entre diversas localidades de nuestra región, el resto del país y el exterior”, aseguran
Emerge desde los propios músicos, como proyecto de autogestión y como una propuesta concreta en el plano de la cultura y la educación. Asimismo, se proyecta también como una agenda anual de eventos culturales (conciertos, muestras, ciclos, seminarios y cursos) y un cierre de año con un Festival Internacional de Jazz.

La bajada

A poco de encarar la picada desde Bariloche el camino se trasforma en algo encantador. El lago Gutiérrez y el Mascardi entre bosques, cerros nevados, flores amarillas y violetas. Un deleite en diciembre: meses y meses de lluvias explotando a mediados de la primavera. El marco adecuado para predisponerse a escuchar música.
Alejandro Aranda, algo así como el alma del festival, nos espera en la terminal y lleva a comer una merecida lasagna junto con unos simpáticos cordobeses. Comenzamos a sentir ese clima familiar y afectuoso que nos acompañará a lo largo de los días que dure el festival. Todo está preparado para la conferencia de prensa y el inicio del festival. Podemos descansar hasta el día siguiente. Vamos bajando de a poco.

El trasfondo

El Bolsón no tiene teatro ni cine. Y no es un dato menor. El Festival de jazz surge como necesidad de una parte de la sociedad para expresarse artísticamente. A grandes rasgos, hay una división evidente entre una parte de la población de origen autóctono y conservadora y otra que es la trasplantada con sus descendencias y sus peinados raros. El centro cultural Eduardo Galeano, en plena manzana céntrica, es algo así como la barricada de la movida del Bolsón. Pegado al Galeano y frente al todopoderoso supermercado “La Anónima” hay una carpa de circo que se transformó en el Teatro del Pueblo. Esta carpa (con deuda incluida) fue adquirida por diferentes asociaciones de vecinos a un circo en bancarrota que vagaba por la zona con el objetivo de ser el escenario principal de esta ciudad en constante movimiento. Y lo es, claro. En eso está.

El recuerdo

Llueve y hace frío. El restó “A Punto” es el lugar de partida del Festival. La conferencia de prensa e inauguración tiene un clima extraño además de la lluvia y la nieve que extrañamente cae en los cerros de diciembre.
Hace unos meses falleció una integrante de la organización llamada Meli Araujo. “Estuvimos por suspenderlo, no podíamos”, confiesa Alejandro. Es que Meli era un ejemplo concreto de esas personas que no se ven pero son las que movilizan los proyectos. La angustia se hace lágrimas. Un poco de música se transforma en el minuto de silencio. Se presenta en sociedad el contrabajo hecho por un luthier local y propiedad del Festival y se abre una gran botella de champagne. Se largó. Música.
De ahí a comer: en el poli deportivo mesas largas y conversadas terminan con un campeonato de metegol apasionado. Toda una postal del Festival: vecinos, músicos, periodistas, técnicos. Afuera apenas una llovizna. Se puede caminar.

Los conciertos

Alejandro corre. Dos de sus lugartenientes se multiplican a lo Droopy: el negro Merlo y Daniel están en todos lados. Durante la tarde los chicos del trío cordobés MJC ofrecen un concierto en el Hospital. Los pibes del sonido hace rato que laburan incansablemente en la carpa. El trío de Nave Camaleón convoca mucha gente en “Pasiones argentinas”. Hay gringos, vecinos, músicos. Hay jazz en el ambiente. El tiempo empieza a mejorar y el Piltri atardece rojizo. Vivi, la esposa de Alejandro, no para. Va y viene trayendo gente que llega a la terminal.
Y todo desliza en una vorágine musical. Monk´s Advice abre el escenario principal con un gran homenaje a Thelonious. Continúa Cuarto Elemento con un repertorio que versiona a compositores tan disímiles como Yupanqui, Joao Bosco o Bill Evans. La carpa está llena de gente de todas las edades. Un par de policías merodean la zona sin acercarse demasiado.
El sábado el cuarteto de Sergio Poli tiene al público encantado hasta de llegada de los potentes noruegos The Core. Afuera se toma cerveza casera, se charla lindo y los organizadores pueden respirar. Vivi, sigue inquieta. Parece incansable.
Los eventos en veredas y plazas continúan todo el día siguiente. Alejandro Santos ensamble convoca mucha gente y tienen que cortar la calle. Hay clínicas de batería, de violín. Una mesa de periodistas charla sobre el desarrollo de la actividad jazzística en la Patagonia. FM Alas, la radio del Bolsón, trasmite todo el show. El jazz sigue en el ambiente.
Diego Schissi quinteto logra meter al público en un gran clima para la última noche. La versátil y melódica guitarra de Luis D´agostino se luce presentando su nuevo disco y todo concluye con el Cuatriyo. La música flota.
Esa noche en la jamm sessions del bar Azúcar todos brindan, exhaustos. Una vez más hay gente que trae instrumentos, sonido. Son más de las 3 de la mañana del domingo. La zapada es interminable. Alejandro mira todo desde una mesa solitaria. La gente le pide que se sume. Hay percusión y cajón peruano. Alejandro agarra la guitarra y la sonrisa le parte la cara. El negro Merlo acaricia la batería, Marcelo el contrabajo. Todos fluyen contentos. El círculo está cerrado.
Caminamos por las hermosas calles desiertas del Bolsón en una noche estrellada, felices.

por Martín Vergara

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