La escena no deja dudas. Ron
Carter, una leyenda viviente de 76 años, se despide del escenario del teatro
Gran Rex. Un bastón y una leve renguera
le dan ese aire de soldado de mil batallas. Es un moreno alto, flaco,
elegante y con swing. Por momentos pareciera un personaje escapado de “Django”,
la película de Quentin Tarantino.
Sus laderos, el pianista
Donald Vega y el guitarrista Russell Malone, con los que forma el Golden Striker trío, hacen de extras para una despedida del
escenario gestual y emotiva. Carter
juguetea con el bastón (que le da una presencia sutil), agradece y sonríe mientras sus músicos simulan una roldana para
levantarlo cada vez que se inclina ante
el público.
Las luces del teatro están
prendidas. Todos los que aplaudimos de pie sabemos que estamos homenajeando a
una leyenda. Un verdadero mito. Carter integró y formó parte de quizás, el
grupo más perfecto que dio el jazz, el segundo quinteto de Miles Davis, que
existió entre 1963 y 1968, años indelebles para la historia del género. Pero no solo eso: tocó con todos: Bill Evans, Sonny
Rollins, Thelonious Monk, Chet Baker, James Brown, Aretha Franklin, Tom Jobim,
Carlos Santana, etc, etc, y etcéteras …..hasta
aburrir.
“Bienvenidos a
nuestro living de viernes por la noche”,
había dicho en un momento del concierto Carter. Una sonoridad clara, fina inunda la
atmósfera y nos lleva de paseo a la cadencia jazzera de los clubes de Nueva York.
Durante una buena parte de la
noche del viernes el Gran Rex se transformó en un sótano con un trío de lujo musicalizando la
situación. Claro que la delicadeza superó al riesgo y a la experimentación. No
está la cosa para otros trotes, diría
alguien.
Ron Carter quiso ser chelista
de música clásica pero el destino y el racismo de los EEUU de la década del 50
no se lo permitieron. Pero como una puerta puede llevarnos a otra puerta, al
bueno de Ron lo llevó a transformarse en
la leyenda de la historia del Jazz y del contrabajo. Un instrumento de lo más
quijotesco que quedará asociado a su
imagen por que la música los unió. Pequeñas delicias del caos.
En fin. Las luces siguen
prendidas en el teatro. Mucho periodista, mucho músico entre el público,
sospecho y casi confirmo. Amagan a retirarse del escenario y la ovación es mayor. El público redobla la apuesta. Son más de las
once y media de la noche. Segundos después
aparecen por uno de los costados. Nos preparamos para un último tema.
Las luces se apagan. Trago y me desparramo en la butaca.
Martín Vergara (jade jazz)