Obstinados y vertiginosos
Se cree que la vista del tiburón Escalandrún es mala y que el momento en el que mejor ven es cuando la luz apenas se distingue. Su característica sensorial más particular es su capacidad para percibir hasta la más mínima corriente electromagnética a través de sus receptores y su crecimiento y maduración es lenta.
Se podría decir que el sexteto Escalandrum, banda que desde hace catorce años navega las aguas del jazz argento, comparte particularidades bastante parecidas al escualo de las costas atlánticas al que homenajean, de alguna forma.
A punto de presentar su séptimo disco, los escualos charlan, juegan y se divierten en un clima de gran cordialidad y confianza. El nuevo trabajo lleva por título “Vértigo” y, sin dudas, hace referencia a la vorágine que llevaron, sobre todo, el año pasado cuando se dieron el lujo de ganar los premios más representativos de la industria musical argentina, algo inédito para una banda de jazz en estas pampas.
Sin embargo, sin relajarse en esa comodidad, acá andan presentando ocho piezas originales en una búsqueda que los excede. Un camino genuino y, por cómo se los ve y oye, feliz.
La ciudad, en sábado nocturno, despliega ese culto a la amistad que caracteriza a la Buenos Aires actual. Manadas van y vienen disfrutándose, riendo, callando y colmando bares y proyectos.
Es junio y el frío acampa en las márgenes de la costa bonaerense, húmeda. El público llega con ganas y entra en esta Trastienda práctica, ágil, siempre bien predispuesta. Las luces se prenden y juegan entre sí. Todo está listo.
Los Escalandrum son, entre otras cosas, un grupo de amigos. Que de tanto salir, ver recitales y comer asados decidieron armar una banda y sostener una mixtura musical no muy comercial y de difícil explicación. Y acá están, prontos a salir al escenario de una sala llena de gente ávida de empalagarse con el vértigo de estos muchachos que andan con paso firme.
Y finalmente llega la hora. Caminan por el pasillo que los saca de los camarines. Suben la mágica escalera. Se saludan. Se palmean. Se miran. Se saben agradecidos por ser el sueño del pibe. Se sienten cómodos y se nota.
Y entonces brillan en climas y colores. Pipi, sutil en la bata, lleva la voz cantante y realiza un gran stand up en su aparente timidez. Mariano sólido en el contrabajo. Damián, Martín y Gustavo se lucen como señoritas en fiesta de quince y Nicolas, un fino, genio y loco maneja el piano como un erudito, cada vez más suelto.
Suena “Obstinado”, “Vértigo” e “Insomnio”. Un rato más tarde “Nocturno”, “Cumulus Limbus”, “Pata de elefante”, “Variaciones para sexteto” y “Angulos”.
Es una descarga emocional que no deja demasiadas dudas. Alguien del público esboza un pedido del disco anterior que homenajea la música de Astor. Es negado con razones: “Perdón, pero necesitamos hacer lo nuestro”. Un bis con aire folklórico de la primera etapa y todos a comer. Que más.
Nos miramos satisfechos. Una nueva batalla de los acontecimientos.
La realidad es lo más inestable, como me decía el Pelusa.
Por Martín Vergara